Fidel Castro: ¿qué está ocurriendo en Corea?
Via CubaDebate
Atilio Borón
- Cuba Sí.- Para entender la actual crisis que afecta a la península
coreana nada mejor que ubicar la presente coyuntura en su contexto
histórico. Y nadie mejor que Fidel para ofrecernos una visión sintética y
didáctica a la vez de la complejidad del proceso que condujo a la grave
situación actual. Compartimos por eso dos “reflexiones” que el
Comandante escribió en Julio del 2008, y que conservan toda su
actualidad.
Los acontecimientos que se
sucedieron a partir de sus escritos en nada modifican las tesis
centrales que allí se plantean. Todo lo contrario, el desenlace actual
estaba ya inscripto en el juego de fuerzas que el imperialismo y sus
aliados establecieron después de la Guerra de Corea con el propósito de
contener el "expansionismo" soviético y las "ambiciones territoriales"
de la triunfante Revolución China.
Confío en
que con este material podamos comprender un poco mejor las
características e implicaciones de la crisis que se está desenvolviendo
en esa parte del mundo que, para variar, ha sido presentada de un modo
brutalmente desfigurado por los medios al servicio del imperialismo: una
Corea mala, agresiva, beligerante, la del Norte; y otra Corea buena,
amiga de Occidente y amante de la paz, la Corea del Sur. Se oculta que
éste es un país ocupado por Estados Unidos y cuya política exterior no
la decide el pueblo surcoreano ni Seúl sino que se determina en
Washington, y más concretamente en el Pentágono.
LAS DOS COREAS (Primera Parte)
Comandante Fidel Castro Ruz
La
nación coreana, con su peculiar cultura que la diferencia de sus
vecinos chinos y japoneses, existe desde hace tres mil años. Son
características típicas de las sociedades de esa región asiática,
incluidas la china, la vietnamita y otras. Nada parecido se observa en
las culturas occidentales, algunas con menos de 250 años.
Los
japoneses habían arrebatado a China en la guerra de 1894 el control que
ejercía sobre la dinastía coreana y convirtieron su territorio en una
colonia de Japón. Por acuerdo entre Estados Unidos y las autoridades
coreanas, el protestantismo fue introducido en ese país en el año 1892.
Por otro lado, el catolicismo había penetrado igualmente en ese siglo a
través de las misiones. Se calcula que actualmente en Corea del Sur
alrededor del 25 por ciento de la población es cristiana y una cifra
similar es budista. La filosofía de Confucio ejerció gran influencia en
el espíritu de los coreanos, que no se caracterizan por las prácticas
fanáticas de la religión.
Dos importantes
figuras ocuparon los primeros planos de la vida política de esa nación
en el siglo XX. Syngman Rhee, que nace en marzo de 1875, y Kim Il Sung
37 años después, en abril de 1912. Ambas personalidades, de distinto
origen social, se enfrentaron a partir de circunstancias históricas
ajenas a ellos.
Los cristianos se oponían al sistema colonial japonés, entre ellos Syngman Rhee, que era practicante activo del protestantismo.
Corea
cambió de status: Japón anexó su territorio en 1910. Años más tarde, en
1919, Rhee fue nombrado Presidente del Gobierno Provisional en el
exilio, con sede en Shanghai, China. Nunca empleó las armas contra los
invasores.
La Liga de las Naciones, en Ginebra, no le prestó atención.
El
imperio japonés fue brutalmente represivo con la población de Corea.
Los patriotas resistieron con las armas la política colonialista de
Japón y lograron liberar una pequeña zona en los terrenos montañosos del
Norte, durante los últimos años de la década de 1890.
Kim
Il Sung, nacido en las proximidades de Pyongyang, a los 18 años se
incorporó a las guerrillas comunistas coreanas que luchaban contra los
japoneses. En su activa vida revolucionaria alcanzó la jefatura política
y militar de los combatientes anti japoneses del Norte de Corea, cuando
solo tenía 33 años de edad.
Durante la Segunda
Guerra Mundial, Estados Unidos decidió el destino de Corea en la
posguerra. Entró en la contienda cuando fue atacado por una criatura
suya, el Imperio del Sol Naciente, cuyas herméticas puertas feudales
abrió el Comodoro Perry en la primera mitad del siglo XIX apuntando con
sus cañones al extraño país asiático que se negaba a comerciar con
Norteamérica.
El aventajado discípulo se
convirtió más tarde en un poderoso rival, como ya expliqué en otra
ocasión. Japón golpeó sucesivamente décadas más tarde a China y Rusia,
apoderándose adicionalmente de Corea. No obstante, fue astuto aliado de
los vencedores en la Primera Guerra Mundial a costa de China. Acumuló
fuerzas y, convertido en una versión asiática del nazi fascismo, intentó
ocupar el territorio de China en 1937 y atacó a Estados Unidos en
diciembre de 1941; llevó la guerra al Sudeste Asiático y a Oceanía.
Los
dominios coloniales de Gran Bretaña, Francia, Holanda y Portugal en la
región estaban condenados a desaparecer y Estados Unidos surgía como la
potencia más poderosa del planeta, resistida solo por la Unión
Soviética, entonces destruida por la Segunda Guerra Mundial y las
cuantiosas pérdidas materiales y humanas que le ocasionó el ataque nazi.
La Revolución china estaba por concluir en 1945 cuando la matanza
mundial cesó. El combate unitario anti japonés ocupaba entonces sus
energías. Mao, Ho Chi Minh, Gandhi, Sukarno y otros líderes prosiguieron
después su lucha contra la restauración del viejo orden mundial que era
ya insostenible.
Truman lanzó contra dos
ciudades civiles japonesas la bomba atómica, arma nueva terriblemente
destructiva de cuya existencia, como se ha explicado, no había informado
al aliado soviético, el país que más contribuyó a la destrucción del
fascismo. Nada justificaba el genocidio cometido, ni siquiera el hecho
de que la tenaz resistencia japonesa había costado la vida a casi 15 mil
soldados norteamericanos en la isla japonesa de Okinawa. Ya Japón
estaba derrotado y tal arma, lanzada contra un objetivo militar, habría
tenido más tarde o más temprano el mismo efecto desmoralizador en el
militarismo japonés sin nuevas bajas para los soldados de Estados
Unidos. Fue un acto incalificable de terror.
Los
soldados soviéticos avanzaban sobre Manchuria y el Norte de Corea, tal
como lo habían prometido al cesar los combates en Europa. Los aliados
habían definido previamente hasta qué punto llegaría cada fuerza. En la
mitad de Corea estaría la línea divisoria, equidistante entre el río
Yalu y el Sur de la península. El gobierno norteamericano negoció con
los japoneses las normas que regirían la rendición de las tropas en su
propio territorio. Japón sería ocupado por Estados Unidos.
En
Corea, anexada a Japón, permanecía una gran fuerza del poderoso
ejército japonés. En el Sur del Paralelo 38, límite divisorio
establecido, prevalecerían los intereses de Estados Unidos. Syngman
Rhee, reincorporado a esa parte del territorio por el gobierno de
Estados Unidos, fue el líder al que apoyó, con la cooperación abierta de
los japoneses. Ganó así las reñidas elecciones de 1948. Los soldados
del Ejército Soviético se habían retirado de Corea del Norte ese año.
El
25 de junio de 1950 estalló la guerra en el país. Todavía se discute
quién realizó el primer disparo, si los combatientes del Norte o los
soldados norteamericanos que montaban guardia junto a los soldados
reclutados por Rhee. La discusión carece de sentido si se analiza desde
el ángulo coreano. Los combatientes de Kim Il Sung lucharon contra los
japoneses por la liberación de toda Corea. Sus fuerzas avanzaron
incontenibles hasta las proximidades del extremo Sur, donde los yanquis
se defendían con el apoyo masivo de sus aviones de ataque. Seúl y otras
ciudades habían sido ocupadas. MacArthur, jefe de las fuerzas
norteamericanas del Pacífico, decidió ordenar un desembarco de la
infantería de Marina por Incheon, en la retaguardia de las fuerzas del
Norte, que estas no podían ya contrarrestar. Pyongyang cayó en manos de
las fuerzas yanquis, precedidas por devastadores ataques aéreos. Ello
impulsó la idea por parte del mando militar norteamericano en el
Pacífico de ocupar toda Corea, ya que el Ejército de Liberación Popular
de China, dirigido por Mao Zedong, había infligido una derrota
aplastante a las fuerzas pro yanquis de Chiang Kai-shek, abastecidas y
apoyadas por Estados Unidos.
Todo el territorio
continental y marítimo de ese gran país había sido recuperado, con
excepción de Taipei y algunas otras pequeñas islas próximas donde se
refugiaron las fuerzas del Kuomintang, transportadas por naves de la
Sexta Flota.
La historia de lo ocurrido entonces
se conoce hoy bien. No olvidar que Boris Yeltsin entregó a Washington,
entre otras cosas, los archivos de la Unión Soviética.
¿Qué
hizo Estados Unidos cuando estalló el conflicto prácticamente
inevitable bajo las premisas creadas en Corea? Presentó a la parte norte
de ese país como agresora. El Consejo de Seguridad de la recién creada
Organización de Naciones Unidas, promovida por las potencias vencedoras
de la Segunda Guerra Mundial, aprobó la resolución sin que uno de los
cinco miembros pudiera vetarla. En esos precisos meses la URSS se había
manifestado inconforme con la exclusión de China en el Consejo de
Seguridad, donde Estados Unidos reconocía a Chiang Kai-shek, con menos
del 0,3 por ciento del territorio nacional y menos del 2 por ciento de
la población, como miembro del Consejo de Seguridad con derecho al veto.
Tal
arbitrariedad condujo a la ausencia del delegado ruso, a consecuencia
de lo cual se produjo el acuerdo de ese Consejo dando a la guerra el
carácter de una acción militar de la ONU contra el presunto agresor: la
República Popular Democrática de Corea. China, ajena por completo al
conflicto, que afectaba su lucha inconclusa por la liberación total del
país, vio cernirse la amenaza directa contra su propio territorio, lo
cual era inaceptable para su seguridad. Según datos publicados, envió al
primer ministro Zhou Enlai a Moscú, para expresar a Stalin su punto de
vista sobre lo inadmisible que era la presencia de fuerzas de la ONU
bajo el mando de Estados Unidos en las riberas del río Yalu, que
delimita la frontera de Corea con China, y solicitarle la cooperación
soviética. No existían entonces contradicciones profundas entre los dos
gigantes socialistas.
El contragolpe chino se
afirma que estaba planeado para el 13 de octubre y Mao lo pospuso para
el 19, esperando la respuesta soviética. Era el máximo que podía
dilatarlo.
Pienso concluir esta reflexión el
próximo viernes. Es un tema complejo y trabajoso, que demanda especial
cuidado y datos tan precisos como sea posible. Son hechos históricos que
deben conocerse y recordarse.
Fidel Castro Ruz
Julio 22 de 2008
9:22 p.m.
LAS DOS COREAS (Segunda parte)
Comandante Fidel Castro Ruz
El
19 de octubre de 1950 más de 400 mil combatientes voluntarios chinos,
cumpliendo las instrucciones de Mao Zedong, cruzaron el Yalu y salieron
al paso de las tropas de Estados Unidos que avanzaban hacia la frontera
china. Las unidades norteamericanas, sorprendidas por la enérgica acción
del país al que habían subestimado, se vieron obligadas a retroceder
hasta las proximidades de la costa sur, bajo el empuje de las fuerzas
combinadas de chinos y coreanos del Norte.
Stalin,
que era sumamente cauteloso, prestó una cooperación mucho menor que lo
que esperaba Mao, aunque valiosa, mediante el envío de aviones MiG-15
con pilotos soviéticos, en un frente limitado de 98 kilómetros, que en
la etapa inicial protegieron a las fuerzas de tierra en su intrépido
avance. Pyongyang fue de nuevo recuperado y Seúl ocupado otra vez,
desafiando el incesante ataque de la fuerza aérea de Estados Unidos, la
más poderosa que ha existido nunca.
MacArthur
estaba ansioso por atacar a China con el empleo de las armas atómicas.
Demandó su uso tras la bochornosa derrota sufrida. El presidente Truman
se vio obligado a sustituirlo del mando y nombrar al general Matthews
Ridgway como jefe de las fuerzas de aire, mar y tierra de Estados Unidos
en el teatro de operaciones. En la aventura imperialista de Corea
participaron, junto a Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Países
Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Grecia, Canadá, Turquía, Etiopía Sudáfrica,
Filipinas, Australia, Nueva Zelanda, Tailandia y Colombia. Este país fue
el único participante por América Latina, bajo el gobierno unitario del
conservador Laureano Gómez, responsable de matanzas masivas de
campesinos. Con ella, como se vio, participaron la Etiopía de Haile
Selassie, donde todavía existía la esclavitud, y la Sudáfrica gobernada
por los racistas blancos.
Hacía apenas cinco años que la matanza mundial iniciada en septiembre de 1939 había concluido, en agosto de 1945.
Después
de sangrientos combates en el territorio coreano, el Paralelo 38 volvió
a ser el límite entre el Norte y el Sur. Se calcula que murieron en esa
guerra cerca de dos millones de coreanos del Norte, entre medio millón o
un millón de chinos y más de un millón de soldados aliados. Por parte
de Estados Unidos perdieron la vida alrededor de 44 mil soldados; no
pocos de ellos eran nacidos en Puerto Rico u otros países
latinoamericanos, reclutados para participar en una guerra a la que los
llevó la condición de inmigrantes pobres.
Japón
obtuvo grandes ventajas de esa contienda; en un año, la manufactura
creció un 50 %, y en dos recuperó la producción alcanzada antes de la
guerra. No cambió, sin embargo, la percepción de los genocidios
cometidos por las tropas imperiales en China y Corea. Los gobiernos de
Japón han rendido culto a los actos genocidas de sus soldados, que en
China habían violado a 25 decenas de miles de mujeres y asesinaron
brutalmente a cientos de miles de personas, como ya se explicó en una
reflexión.
Sumamente laboriosos y tenaces, los
japoneses han convertido su país, desprovisto de petróleo y otras
materias primas importantes, en la segunda potencia económica del mundo.
El
PIB de Japón, medido en términos capitalistas –aunque los datos varían
según las fuentes occidentales–, asciende hoy a más de 4,5 millones de
millones de dólares, y sus reservas en divisas alcanzan más de un millón
de millones. Es todavía el doble del PIB de China, 2,2 millones de
millones, aunque esta posee un 50 % más de reservas en moneda
convertible que ese país. El PIB de Estados Unidos, 12,4 millones de
millones, con 34,6 veces más territorio y 2,3 veces más población, es
apenas tres veces mayor que el de Japón. Su gobierno es hoy uno de los
principales aliados del imperialismo, cuando este se halla amenazado por
la recesión económica y las armas sofisticadas de la superpotencia se
esgrimen contra la seguridad de la especie humana.
Son lecciones imborrables de la historia.
La guerra, en cambio, afectó considerablemente a China.
Truman
dio órdenes a la VI Flota de impedir el desembarco de las fuerzas
revolucionarias chinas que culminarían la liberación total del país con
la recuperación del 0,3 % de su territorio, que había sido ocupado por
el resto de las fuerzas pro yanquis de Chiang Kai shek que hacia allí se
fugaron.
Las relaciones chino-soviéticas se
deterioraron después, tras la muerte de Stalin, en marzo de 1953. El
movimiento revolucionario se dividió en casi todas partes. El
llamamiento dramático de Ho Chi Minh dejó constancia del daño
ocasionado, y el imperialismo, con su enorme aparato mediático, atizó el
fuego del extremismo de los falsos teóricos revolucionarios, un tema en
el que los órganos de inteligencia de Estados Unidos se convirtieron en
expertos.
A Corea del Norte le había
correspondido, en la arbitraria división, la parte más accidentada del
país. Cada gramo de alimento tenía que obtenerlo a costa de sudor y
sacrificio. De Pyongyang, la capital, no quedó piedra sobre piedra. Un
elevado número de heridos y mutilados de guerra debían ser atendidos.
Estaban bloqueados y sin recursos. La URSS y los demás Estados del campo
socialista se reconstruían.
Cuando llegué el 7
de marzo de 1986 a la República Popular Democrática de Corea, casi 33
años después de la destrucción que dejó la guerra, era difícil creer lo
que allí sucedió. Aquel pueblo heroico había construido infinidad de
obras: grandes y pequeñas presas y canales para acumular agua, producir
electricidad, abastecer ciudades y regar los campos; termoeléctricas,
importantes industrias mecánicas y de otras ramas, muchas de ellas bajo
tierra, enclavadas en las profundidades de las rocas a base de trabajo
duro y metódico. Por falta de cobre y aluminio se vieron obligados a
utilizar incluso hierro en líneas de transmisión devoradoras de energía
eléctrica, que en parte procedía de la hulla. La capital y otras
ciudades arrasadas fueron construidas metro a metro. Calculé millones de
viviendas nuevas en áreas urbanas y rurales y decenas de miles de
instalaciones de servicios de todo tipo. Infinitas horas de trabajo
estaban convertidas en piedra, cemento, acero, madera, productos
sintéticos y equipos. Las siembras que pude observar, dondequiera que
fui, parecían jardines. Un pueblo bien vestido, organizado y entusiasta
estaba en todas partes, recibiendo al visitante. Merecía la cooperación y
la paz.
No hubo tema que no discutiera con mi ilustre anfitrión Kim Il Sung. No lo olvidaré.
Corea quedó dividida en dos partes por una línea imaginaria.
El Sur vivió una experiencia distinta. Era la parte más poblada y sufrió menos destrucción en aquella guerra.
La
presencia de una enorme fuerza militar extranjera requería el
suministro de productos locales manufacturados y otros, que iban desde
la artesanía hasta las frutas y vegetales frescos, además de los
servicios. Los gastos militares de los aliados eran enormes. Lo mismo
ocurrió cuando Estados Unidos decidió mantener indefinidamente una gran
fuerza militar. Las transnacionales de Occidente y de Japón invirtieron
en los años de la Guerra Fría considerables sumas, extrayendo riquezas
sin límites del sudor de los surcoreanos, un pueblo igualmente laborioso
y abnegado como sus hermanos del Norte. Los grandes mercados del mundo
estuvieron abiertos a sus productos. No estaban bloqueados.
Hoy el país alcanza elevados niveles de tecnología y productividad.
Ha
sufrido las crisis económicas de Occidente, que dieron lugar a la
adquisición de muchas empresas surcoreanas por las transnacionales.
El
carácter austero de su pueblo le ha permitido al Estado la acumulación
de importantes reservas en divisas. Hoy soporta la depresión económica
de Estados Unidos, en especial, los elevados precios de combustibles y
alimentos, y las presiones inflacionarias derivadas de ambos.
El
PIB de Corea del Sur, 787 mil 600 millones de dólares, es igual al de
Brasil (796 mil millones) y México (768 mil millones), ambos con
abundantes recursos de hidrocarburos y poblaciones incomparablemente
mayores. El imperialismo impuso a las mencionadas naciones su sistema.
Dos quedaron rezagadas; la otra avanzó mucho más.
De
Corea del Sur apenas emigran a Occidente; de México, lo hacen en masa
hacia el actual territorio de Estados Unidos; de Brasil, Suramérica y
Centroamérica, a todas partes, atraídos por la necesidad de empleo y la
propaganda consumista.
Ahora los retribuyen con normas rigurosas y despectivas.
La
posición de principios sobre las armas nucleares suscrita por Cuba en
el Movimiento de Países No Alineados, ratificada en la Conferencia
Cumbre de La Habana en agosto de 2006, es conocida.
Saludé
por primera vez al actual líder de la República Popular Democrática de
Corea, Kim Jong Il, cuando arribé al aeropuerto de Pyongyang y él estaba
discretamente situado a un lado de la alfombra roja cerca de su padre.
Cuba mantiene con su gobierno excelentes relaciones.
Al
desaparecer la URSS y el campo socialista, la República Popular
Democrática de Corea perdió importantes mercados y fuentes de
suministros de petróleo, materias primas y equipos. Al igual que para
nosotros, las consecuencias fueron muy duras. El progreso alcanzado con
grandes sacrificios se vio amenazado. A pesar de eso, mostraron la
capacidad de producir el arma nuclear.
Cuando se
produjo hace alrededor de un año el ensayo pertinente, le transmitimos
al gobierno de Corea del Norte nuestros puntos de vista sobre el daño
que ello podía ocasionar a los países pobres del Tercer Mundo que
libraban una lucha desigual y difícil contra los planes del imperialismo
en una hora decisiva para el mundo. Tal vez no fuera necesario hacerlo.
Kim Jong Il, llegado a ese punto, había decidido de antemano lo que
debía hacer, tomando en cuenta los factores geográficos y estratégicos
de la región.
Nos satisface la declaración de
Corea del Norte sobre la disposición de suspender su programa de armas
nucleares. Esto no tiene nada que ver con los crímenes y chantajes de
Bush, que ahora se jacta de la declaración coreana como éxito de su
política de genocidio. El gesto de Corea del Norte no era para el
gobierno de Estados Unidos, ante el cual no cedió nunca, sino para
China, país vecino y amigo, cuya seguridad y desarrollo es vital para
los dos Estados.
A los países del Tercer Mundo
les interesa la amistad y cooperación entre China y ambas partes de
Corea, cuya unión no tiene que ser necesariamente una a costa de la
otra, como ocurrió en Alemania, hoy aliada de Estados Unidos en la OTAN.
Paso a paso, sin prisa, pero sin tregua, como corresponde a su cultura y
a su historia, seguirán tejiéndose los lazos que unirán a las dos
Coreas. Con la del Sur desarrollamos progresivamente nuestros vínculos;
con la del Norte han existido siempre y continuaremos fortaleciéndolos.
Fidel Castro Ruz
*gilsonsampaio
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