Hay fechas que marcan hitos históricos y perduran
para siempre en la memoria universal. Así ocurre con el 30 de abril de
1975, simbolizado en un tanque que derribaba las puertas del palacio
gubernamental del antiguo Saigón, en el sur de Vietnam.
Era
un mediodía cuando las aguerridas Fuerzas de Liberación del heroico
pueblo vietnamita irrumpían en la guarida de un régimen em estampida,
solo sostenido por el poderío militar de una potencia como Estados
Unidos.
Y más que ponerle término a la ignominia
de la subordinación que allí se cobijaba, aquel memorable episodio fue
contundente escena final de una anunciada derrota política y militar
infligida al prepotente imperio injerencista y agresor.
Nunca
le fue tan humillante, precedida en las vísperas por las elocuentes
imágenes de fugas precipitadas y desesperadas, de rebatiñas por treparse
en helicópteros y huir a como diera lugar de la avalancha liberadora y
revolucionaria en marcha.
Desde que en 1964
Estados Unidos sacó intencionado partido del llamado incidente del Golfo
de Tonkin, una fraudulenta auto agresión para desatar la guerra en
Vietnam, habían transcurrido algo más de dos décadas de muy alto costo
humano y material.
Como pocas veces se tenga
noticias pueblo alguno sufriría tanto castigo en vidas y recursos
naturales, por el solo hecho de defender su derecho a la soberanía
nacional, la independencia y la unidad e integridad territorial.
Todavía
hoy, en un Vietnam más fuerte, como nunca se cansó de avizorar el gran
Ho Chi Minh, aún bajo los bombas cayendo sobre Hanoi, se sigue
reclamando por las víctimas, generación tras otra, del infernal “agente
naranja”, diseminado por la aviación estadounidense en poblaciones
civiles, sembradíos y bosques.
Pero también esa
ejemplar y pertinaz resistencia protagonizada por los vietnamitas
suscitó admiración y solidaridad mundiales y contribuyó a despertar
conciencias en los propios Estados Unidos, donde comenzó a romperse el
mito de la invencibilidad de sus marines y tropas equipadas con lo
último en tecnología bélica.
Ello constituyó una
formidable lección, la de que “si, se puede”, al igual que antes en la
batalla cubana de Girón, en 1961 frente a mercenarios sostenidos por
Washington. O en otro contexto, el abril de 2002 en Caracas, Venezuela,
en el fondo, de la misma hechura.
La
relampagueante entrada de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de
Vietnam a Saigón, resultó el colofón de una acertada estrategia, que
atravesó por sucesivas etapas cruciales, desde que el 1971, los
estadounidenes no pudieron controlar las fronteras entre Vietnam, Laos y
Cambodia por la carretera 9.
En ese momento,
con las zonas liberadas abarcando más del 50 por ciento de los
escenarios de la guerra, la derrota ya se vislumbraba, y dos años
después, en 1973 los patriotas obligaban a los agresores a sentarse en
la mesa de negociaciones en Paris y suscribir un acuerdo de paz.
A
partir de entonces, en medio de continuadas violaciones estadounidenses
a lo pactado, otras batallas decisivas contra los baluartes militares
de Phoc Long, Buon Me Thuot, Pleikú, Che Reo, Da Nang, Hha Trang Luang y
otros fueron cimentando el camino al asalto culminante.
El
Comité Central del entonces llamado Partido de los Trabajadores de
Vietnam, decidió desatar el 10 de marzo de 1975 la gran ofensiva final y
la operación Ho Chi Minh.
Durante los días 26,
27 y 28 de abril se había generalizado por toda la franja costera y en
diversos puntos se desarrollaban combates encarnizados, cuerpo a cuerpo,
casa por casa para romper el presuntuoso “cordón sanitario” alrededor
de la capital del sur.
Por esos días, Le Van
Phuong, un joven tanquista, ya veterano de las batallas de la carretera 9
y Da Nang, recibió la orden de marchar hacia Saigón y fue a quien le
tocó derribar las puertas del palacio que albergó a todos los gobiernos
que siguieron a pie juntillas las órdenes del mando estadounidense de
ocupación.
Entrevistado por la radioemisora Voz
de Vietnam, con motivo de este aniversario del acontecimiento, aún le
emociona evocarlo, y al recordar también a su jefe de compañía, Bui
Quang Than, izando en lo más alto de aquel recinto la bandera de la
liberación.
La foto en la que aparece el
tanquista, y que ha devenido símbolo mundial, fue tomada por Francoise
Demulder, fallecida en 2009, una reportera francesa, a quien según sus
propias palabras, la guerra en Vietnam le cambió el sentido de su oficio
y de su vida.
Luego cubrió la guerra en el Líbano y la resistencia de los palestinos, entre otros conflictos que calificó de injustos.
Antes
de morir regresó a Hanoi, en búsqueda de Phuong, a quien encontró en
una humilde vivienda de una callejuela de Son Tay, modesto en su hazaña,
y entregado como uno más a las tareas de la vida civil de un país
reconstruido y en crecimiento.
Ambos se
abrazaron y lloraron, porque también la liberación de la hoy Ciudad Ho
Chi Minh, que terminó reunificando a Vietnam, hermana más allá de
fronteras.
Saigón 75 representa por siempre un símbolo de resistencia y victoria de una causa justa en la memoria universal.
(Tomado de Prensa Latina)
*GilsonSampaio
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