Ser de esquerda é não aceitar as injustiças, sejam elas quais forem, como um fato natural. É não calar diante da violação dos Direitos Humanos, em qualquer país e em qualquer momento. É questionar determinadas leis – porque a Justiça, muitas vezes, não anda de mãos dadas com o Direito; e entre um e outro, o homem de esquerda escolhe a justiça.

É ser guiado por uma permanente capacidade de se estarrecer e, com ela e por causa dela, não se acomodar, não se vender, não se deixar manipular ou seduzir pelo poder. É escolher o caminho mais justo, mesmo que seja cansativo demais, arriscado demais, distante demais. O homem de esquerda acredita que a vida pode e deve ser melhor e é isso, no fundo, que o move. Porque o homem de esquerda sabe que não é culpa do destino ou da vontade divina que um bilhão de pessoas, segundo dados da ONU, passe fome no mundo.

É caminhar junto aos marginalizados; é repartir aquilo que se tem e até mesmo aquilo que falta, sem sacrifício e sem estardalhaço. À direita, cabe a tarefa de dar o que sobra, em forma de esmola e de assistencialismo, com barulho e holofotes. Ser de esquerda é reconhecer no outro sua própria humanidade, principalmente quando o outro for completamente diferente. Os homens e mulheres de esquerda sabem que o destino de uma pessoa não deveria ser determinado por causa da raça, do gênero ou da religião.

Ser de esquerda é não se deixar seduzir pelo consumismo; é entender, como ensinou Milton Santos, que a felicidade está ancorada nos bens infinitos. É mergulhar, com alegria e inteireza, na luta por um mundo melhor e neste mergulho não se deixar contaminar pela arrogância, pelo rancor ou pela vaidade. É manter a coerência entre a palavra e a ação. É alimentar as dúvidas, para não cair no poço escuro das respostas fáceis, das certezas cômodas e caducas. Porém, o homem de esquerda não faz da dúvida o álibi para a indiferença. Ele nunca é indiferente. Ser de esquerda é saber que este “mundo melhor e possível” não se fará de punhos cerrados nem com gritos de guerra, mas será construído no dia-a-dia, nas pequenas e grandes obras e que, muitas vezes, é preciso comprar batalhas longas e desgastantes. Ser de esquerda é, na batalha, não usar os métodos do inimigo.

Fernando Evangelista

segunda-feira, maio 26, 2014

Solo se ve lo que nos dejan ver: Detroit, ciudad abandonada

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[b]Detroit, otrora simbolo del poderio yanqui (estadounidense, no soy Chavez) esta ahora sumida en la bancarrota, el tema me empezo a interesar cuando vi por casualidad una superimagen de la ciudad de lo mas deslumbrante, y me llamo la atencion que, dada la fundida que estan mamando, la cosa este tan espectacular, y entonces como, dije, de Rusia en la red muestran lo peor...debe haber algo con esa onda de los estates...[/b]

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Solo se ve lo que nos dejan ver: Detroit, ciudad abandonada

Peeeeeero....

Las bellas palabras de Barack Obama resuenan por todos los rincones de Detroit y todo el mundo las escucha aquí embelesado. Pero no dan de comer: el corazón industrial de Estados Unidos sangra por los cuatro costados y el colapso económico amenaza con no dejar ni rastro de lo que fue el gran símbolo del poderío estadounidense. Hoy parece una ciudad fantasma y sin futuro.
Detroit es la sede de las llamadas Big Three, las tres grandes compañías automovilísticas que en el siglo XX convirtieron la Ciudad del Motor en una de las más pujantes de América. General Motors (GM), Ford y Chrysler se entremezclan con la ciudad y todo lleva su nombre, desde el estadio deportivo hasta el hospital. Las tres empresas tienen problemas desde hace años, pero la crisis global las ha puesto al borde del precipicio. Ningún analista apostaría hoy un solo centavo a que las tres sobreviven a 2009. Y su declive arrastra a toda la ciudad.

bancarrota

En Detroit, hay casas quemadas. No una casa quemada: casas, casas, casas.
Según quién te lleve de city-tour, la explicación varía.
Unos te dicen que son los pobres, los inquilinos, los negros, que se drogan y se drogan y en el mambo de la droga queman la casa.
Otros te dicen que son los pobres, los inquilinos, los negros, que cuando ya no pueden pagar su alquiler y les llega el desalojo, antes de irse la queman. De bronca.
Algunos te cuentan que son los "ricos", los dueños, que cuando sus inquilinos ya no les pagaron por meses, que cuando saben que nunca más nadie va a alquilar esa casa, cuando saben que no le van a sacar un mango más, la queman, por el seguro.
[color=red]En Detroit hay manzanas semivacías. Nada, algo de cemento de lo que habrá sido un piso, pasto, un negocito, una casita más allá, nada, dos casas, pasto, nada. Cuando la gente se va, no queda nada. Casas que se habrán quemado, locales que se habrán levantado y lo que queda. Restos.
En Detroit hay gente tirada en la calle. Son negros.
En Detroit mis amigos fueron a dar talleres de arte y tuvieron que llevar tizas y pinceles, porque no había.

En Detroit las calles se llaman Ford, se llaman Chrysler. Las escuelas se llaman Ford, y las plazas. El mural de Rivera, joya del Museo, muestra el trabajo en la Ford... pero lo hizo entre 1932 y 1933.

Hoy la desocupación llega al 21 por ciento y el precio promedio de una casa es de 18.500 dólares. Según la cadena msnbc, los presos tratan de quedarse en la cárcel, porque por lo menos comen. Y tienen calefacción: el día que me fui de Detroit, en diciembre, dos máquinas enorme tuvieron que descongelar el avión para que pudiera despegar. Unos días antes habíamos tenido 18 grados bajo cero y unos días después pasaron los 25. Yo he visto casas con ventanas sin vidrios, tapadas con una madera terciada. Imagínense.

En Detroit, hay filas de negocios vacíos en el centro. De hecho, en la ciudad vivían 1.800.000 personas y hoy, la mitad. El 83 por ciento de ellos son negros: los blancos se fueron a los suburbios o se fueron lejos..
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bancarrota

Montones de casas abandonadas. siempre soñamos con poseer una casa con porche en Estados Unidos, desde la que divisar atardeceres eternos con aroma a mermelada de frambuesas. Pero este sueño se hizo añicos cuando encontramos en Detroit calles enteras de porches derruidos y casas abandonadas, dejando la sensación de que los antiguos inquilinos abandonaron a toda prisa allí sus pertenencias y quizás también el fuego encendido mientras cocinaban nuestra anhelada mermelada de frambuesas. Con el tiempo descubrimos que hay entre 70.000 y 100.000 casas abandonadas en la ciudad, generando la sentimiento de que uno podría mear en cualquier esquina con total sensación de impunidad.
KISS